lunes, 18 de noviembre de 2013

El tifón Yolanda

No existe diferencia entre huracán y tifón, son una misma cosa. Simplemente es que se les da nombre distinto en unas zonas que otras. En el Atlántico, la Bahía de Bengala y el Mar Arábigo se les conoce como huracanes o ciclones tropicales, mientras que en el Pacífico se denominan tifones. Estos últimos suelen ser más virulentos al tratarse de aguas más cálidas.
Para que se forme un fenómeno de este tipo se requieren una serie de condiciones. Es necesario una gran extensión de océano con una temperatura del agua que ronde los 27ºC. Además, no se originan nunca en latitudes inferiores a 5º, es decir ni en el Ecuador ni en sus proximidades, sino algo más al norte o al sur, como mínimo. Tampoco en latitudes altas ni en zonas de fuerte cizalladura vertical del viento, es decir en aquellas en las que el viento va variando bruscamente con la altura.
El tifón Yolanda, antes de su llegada a Filipinas, visto por fotografías de los satélites Eumetsat

El huracán o tifón típico suele tener entre 500 y 650 km de diámetro y se caracteriza por vientos extraordinariamente fuertes con rachas, como en el caso del Yolanda o Haiyan que ha azotado a las Islas Filipinas, próximas a los 400 km/Kh cuando alcanzan categoría 5. Provocan intensas precipitaciones, subida del nivel mar y fuerte oleaje (alturas de 10-12 metros o más debido a la mar de fondo). En el centro, la presión puede estar por debajo de los 900 milibares y en su entorno existe una zona entre 15 y 30 Km, aunque a veces llega hasta 50, llamada "ojo del huracán" en la que los vientos son muy flojos, mientras que los máximos se dan en las "paredes" que circundan a dicha zona.
Cuando toca tierra causan esos tremendos desastres que conocemos al tiempo que van perdiendo intensidad hasta llegar a desaparecer al quedarse sin la fuente de energía que es el mar cálido. Los tifones y huracanes se mueven a velocidades comprendidas entre 15 y 25 km/h y suelen irse curvando en su trayectoria –aunque no siempre- hacia los polos.
En contra de lo que se ha llegado a decir en estos días en los que Filipinas continua inmersa en la tragedia tras el tremendo ciclón, no podemos achacar su formación al cambio climático puesto que se conocen fenómenos de este tipo desde mucho antes de la Revolución Industrial y, en consecuencia, del aporte masivo por parte del hombre de gases de efecto invernadero.

Texto de José Antonio Maldonado, meteorólogo.